martes, 27 de marzo de 2012

Extracto de “El universo no es plano” (Palmyra, 2012)



 

OVNIS: MANIPULADORES DE LA CONCIENCIA HUMANA 

Determinados fenómenos considerados anómalos –OVNIs, apariciones celestiales, contactos con el mundo de los espíritus, teleportaciones espacio-tempotales…– y los últimos descubrimientos en el campo de la física, apuntan hacia una fascinante posibilidad: que inteligencias procedentes de universos paralelos están interfiriendo en nuestro mundo tridimensional. “El universo no es plano” (Palmyra, 2012), obra de reciente publicación de la cual extractamos el siguiente reportaje, va incluso más allá, ofreciendo evidencias de que todos podemos acceder a esas otras dimensiones, pues nuestra conciencia –o alma– es independiente del cuerpo físico. 
Miguel Pedrero 

Los casos de aterrizajes de OVNIs se cuentan por miles en los cinco continentes. En apariencia, la conclusión parece simple: naves de otros mundos toman tierra masivamente en nuestro planeta con la intención de recoger muestras de la flora y fauna y estudiar la sociedad humana. Sin embargo, si profundizamos en cada uno de los incidentes, esta teoría no se sostiene. En este sentido, Jacques Vallée, astrofísico de origen francés afincado en EE UU e incisivo investigador del fenómeno OVNI, descarta la hipótesis extraterrestre como explicación al enigma de los no identificados, precisamente por el elevado número de aterrizajes que han tenido lugar en los últimos veinte años.
El genial investigador recopiló un universo de 2.000 incidentes de esta clase, concluyendo que si tratara de encuentros casuales, habría un número todavía mayor de aterrizajes que nunca nadie presenció, pues habrían tenido lugar a altas horas de la madrugada, en zonas despobladas, etc. Según sus cálculos, estas presuntas naves extraterrestres tendrían que haber tomado tierra unos tres millones de veces en las dos últimas décadas. Esto no tiene sentido, pues con la tecnología disponible hoy en día, bastaría con poner en órbita un satélite a 1.600 kilómetros de la Tierra para captar en unas semanas los hechos más importantes de nuestra sociedad, cultura, forma de vida…
Por otro lado, cabe preguntarse cuáles son las posibilidades de que los presuntos alienígenas se parezcan tanto a los seres humanos. Pues muy remotas, una entre varios millones. De todos modos, aunque se produjera esta “casualidad evolutiva”, difícilmente podrían respirar nuestro oxígeno; y si así fuese, estarían expuestos a virus de todo tipo. Además, tendrían grandes problemas para moverse y, desde luego, difícilmente los testigos serían capaces de leer emociones en sus rostros.
En definitiva, no se trata de encuentros casuales, sino perfectamente planeados, en los que la inteligencia que se encuentra tras el fenómeno OVNI pretende transmitir algún tipo de “mensaje” al conjunto de la humanidad, influyendo decisivamente en nuestra percepción de la realidad. Y es que las acciones humanas están fundadas en las creencias, las expectativas o la fantasía, no en el análisis objetivo y racional de los hechos, como muy bien saben publicistas, políticos y “moldeadores” de la opinión pública.

Los OVNIs y el destino de la humanidad

Como afirma Vallée, más allá de preguntarnos sobre la naturaleza material de los OVNIs, debería preocuparnos el impacto que ejercen sobre nuestra imaginación y cultura. En este sentido, asegura: “Dominar la imaginación humana es formar el destino
colectivo de la humanidad (…). Es imposible saber cómo el fenómeno OVNI afectará, a la larga, a nuestra opinión sobre la ciencia, la religión y la exploración del espacio. Pero parece que tiene un efecto real. Y esto afecta igualmente a los que creen y a los que niegan la realidad del fenómeno”.
Quizá, los casos de avistamientos de no identificados y encuentros cercanos con sus tripulantes, representen un modo “básico” de comunicación –a muy largo plazo y con una lógica totalmente diferente a la nuestra– por parte de algún tipo de inteligencia procedente de un universo paralelo o de una civilización extraterrestre que nos supere en millones de años de evolución, y que sea capaz de manejar a su antojo el espacio y el tiempo. Por tanto, simplemente utilizaría elementos propios de nuestro contexto cultural (aparatos voladores; seres con cabeza, tronco y extremidades; nuestra creencia en la existencia de vida inteligente en otros planetas; etc.) para mostrarse ante nosotros e interaccionar o dirigir el destino de la humanidad, con una finalidad que, por el momento, se nos escapa.
Para entender lo anterior, podríamos hacer un sencillo símil. ¿Cómo sería el modo de comunicación que usted, amigo lector, podría establecer con una hormiga? Desde luego, desde su punto de vista muy simple. No sería capaz de explicarle en qué consiste una ecuación de segundo grado, pero podría establecer algún tipo de interacción; por ejemplo, soplándole. Por supuesto, la hormiga nunca comprenderá qué ha pasado en realidad, sólo será consciente de que una extraña “fuerza” la ha desplazado, pues carece de la capacidad de comprender la lógica con la que usted ha actuado. Desde este punto de vista, qué duda cabe, cambia por completo nuestra percepción del enigma de los no identificados. Veamos.

Los absurdos humanoides

A las cuatro de la tarde de un 20 de febrero del año 1997, Heliodoro Núñez se encontraba cuidando su ganado en un prado cercano a su domicilio, en la aldea orensana de Paradaseca, como había hecho durante toda su vida. De repente, escuchó que los perros empezaban a ladrar furiosamente hacia su espalda. “Lo primero que me vino a la cabeza fue: ¡lobos!”, nos cuenta días después del suceso, todavía con el susto en el cuerpo, bajo la preocupada mirada de su esposa y ante un suculento plato de viandas que ésta nos había preparado. El investigador Manuel Carballal, compañero de aventuras en un buen número de correrías tras los OVNIs, inmortalizaba el momento con su equipo de cámaras, mientras yo me afanaba por no perder un detalle de las reacciones de Heliodoro.
“Pero al darme la vuelta –continuaba hablando nuestro informante–, vi a dos personas enormes unidas por su brazo derecho, como si fuesen siameses. Medían más de tres metros y encima de sus cabezas había una especie de gorro que los cubría”. Ambos seres cambiaban al unísono de color: rojo, azul, amarillo, verde… Heliodoro echó a correr y no paró hasta llegar a casa, donde se encerró en una habitación y se puso a rezar. Todavía con el miedo en el cuerpo cuando lo entrevistamos, se negó a llevarnos hasta el lugar de los hechos. “No, ni de broma, no vuelvo allí, que me entran malos recuerdos y luego no descanso por la noche”, argumentaba. Tras mucho insistir, Heliodoro comenzó a dudar, pues no quería decepcionar a dos muchachos que habían hecho tantos kilómetros para escuchar su historia. Sin embargo, su esposa zanjó el asunto en seco: “Lo siento, pero no va a ir, que sufre del corazón y no le conviene pasar malos momentos”. No seguimos insistiendo. El razonamiento era suficientemente consistente.
Pero como solemos hacer en estos casos, no nos contentamos con la información que ya poseíamos, y comenzamos a realizar un “barrido” por Paradaseca y otras aldeas
cercanas. Llamamos a las casas y entablamos conversación con cualquier persona que nos encontrábamos en nuestro camino, con el único objetivo de hallar, en caso de haberlo, algún nuevo testigo del suceso protagonizado por Heliodoro u otros incidentes de similar índole. Así fue como dimos con Juan González González, vecino de una aldea cercana a Paradeseca, de nombre Casteligo. Según su testimonio, a la misma hora del encuentro de Heliodoro con los humanoides, observó una luz roja de tonos muy intensos, estática sobre unos árboles, justo en el lugar donde se encontraba nuestro protagonista.
¿Acaso podemos catalogar este encuentro de casual? Rotundamente no. Al contrario, parece claro que el espectáculo estaba preparado de antemano, con la intención de crear un “escenario” determinado, no sabemos con qué finalidad.
Heliodoro Núñez (en la fotografía acompañado de su mujer) se topó con
dos seres de colores de una altura superior a los tres metros. Permanecían
unidos por el hombro y un sombrero puntiagudo cubría a ambos.
 Esquema realizado por Heliodoro Núñez de los seres que observó.
En otros casos esta intencionalidad es menos evidente, pero en cuanto profundizamos mínimamente en los mismos, enseguida llegamos a conclusiones similares. Para muestra, un botón. Su protagonista, fallecido hace algunos años, me narró su experiencia en varias ocasiones, y nunca hallé ni una sola contradicción en sus palabras. El 31 de agosto de 1981, cerca de Prats de Molló, en los Pirineos franceses, Eduardo Pons Prades, conocido periodista y escritor de arraigada ideología izquierdista, ateo confeso y militante desde los años 30 en el sindicato anarquista de la CNT (Confederación Nacional de Trabajadores), se topó con un OVNI.

Eduardo había dejado a su esposa en un balneario y se dirigía hacia su domicilio en la Ciudad Condal, pero se equivocó de camino y terminó en una vía forestal. Para colmo, se le paró el motor frente a lo que en principio creyó que era la luminosidad de una casa. Se acercó para pedir ayuda, pero se dio cuenta de que en realidad la luz provenía de un objeto en forma de platillo volante, de unos 75 metros de diámetro y que se apoyaba sobre cuatro patas. En ese momento, escuchó una voz que le dijo: “No temas, acércate por favor”. Entonces, se abrió una escalerilla por la que Eduardo entró en el aparato. El interior era de una blancura tal que molestaba a los ojos. Cuando se acostumbró a la excesiva luminosidad, observó frente a él a tres seres que le dieron la bienvenida. Vestían con un mono blanco ajustado a sus cuerpos y unas botas de idéntico color. Un casco les cubría parcialmente la cabeza y sus rasgos eran orientales, por lo que podrían pasar perfectamente por humanos. Más lejos, advirtió la presencia de otros seres de iguales características. La nave despegó y, durante varias horas, el atónito testigo pudo charlar con sus interlocutores –que se identificaron como extraterrestres– sobre infinidad de temas: la guerra, la educación, la familia, la moral…
Curiosamente, el punto de vista de los presuntos extraterrestres sobre estas y otras cuestiones estaba en sintonía con las ideas de Pons Prades. ¿Lo eligieron precisamente por esto o bien una “inteligencia” determinada se adaptó al contexto mental y cultural del “elegido”? No deja de ser llamativo que en otros sucesos similares, el mensaje de los presuntos alienígenas fuese contrario al que le transmitieron a Eduardo, pero también cercano al de los humanos con los que entraron en contacto.


El conocido escritor y periodista Eduardo Pons Prades era ateo confeso y
militante del sindicato anarquista de la CNT desde los años 30. Sin embargo,
el 31 de agosto de 1981 tuvo la oportunidad de entrar en un platillo volante
y mantener una charla con sus ocupantes.


En su momento, obtuve el testimonio de José María Kaydeda, un reconocido pintor, escultor y viajero incansable, quien me contó una experiencia que vivió a principios de los 70 en el Amazonas brasileño:


Avanzaba con un guía por medio de la selva a pleno día, cuando vimos una luz muy potente entre el follaje. No era fuego. El guía no quiso saber nada del asunto, pero yo me acerqué. Te lo creas o no, era el típico platillo volante posado sobre tres ‘patas’. Tenía una portezuela abierta que salía de su panza, y a unos 10 ó 15 metros del aparato había unos tipos con unos trajes ajustados a sus cuerpos. Parece que me vieron, porque rápidamente entraron en la nave y aquello salió hacia arriba como un cohete.
El pintor y escultor de ideología comunista José María Kaydeda
protagonizó un encuentro con un platillo volante y varios de sus ocupantes
en pleno Amazonas brasileño.


Para mi informante estaba claro que se había tratado de un encuentro casual. “Probablemente estaban tomando muestras de la vegetación y, en cuanto se dieron cuenta de mi presencia, huyeron”, me dijo convencido. Sin embargo, pensemos con un mínimo de sentido común: ¿Es creíble que una nave extraterrestre en misión en nuestro planeta no disponga de la tecnología adecuada para detectar la presencia de personas en sus cercanías?

La clave es el testigo

Juan A. y su esposa, vecinos de O Barco de Valdeorras (Orense), se dirigían a su domicilio una noche de 1997, cuando divisaron en un monte un enorme foco de luz. Como el camino era descendente, perdieron de vista el extraño objeto, por lo que el hombre decidió regresar sobre sus pasos. Mientras, su mujer lo esperaba parada a unos cuarenta metros. “El foco de luz ya había desaparecido por lo que decidí volver, cuando de pronto veo una bola de fuego de algo más de un metro de diámetro que pasa sobre la cabeza de ella y se dirige hacia mí”, me cuenta Juan una calurosa tarde de verano. Al llegar a su posición, la bola de fuego se quedó parada a unos cuatro metros sobre su vertical. El testigo sintió como los pelos del cuerpo se le erizaban debido a la electricidad estática que desprendía el objeto. Además, hacía un ruido parecido al que se produce “cuando dejas caer arenilla en un papel seco”. Lo impresionante del caso es que ni Juan A. ni su esposa recuerdan el modo en que desapareció “esa bola roja con llamas alrededor”. Simplemente saben que, cuando se quisieron dar cuenta, se encontraban en el mismo sitio. Cuando retronaron a la seguridad del domicilio, comprobaron con enorme sorpresa que el tiempo había discurrido demasiado deprisa. “No sabemos lo que ocurrió, pero estamos seguros de que nos falta como mínimo media hora de nuestras vidas, pues deberíamos haber llegado mucho antes a casa”, sentencia Juan.
¿Qué clase de efecto había causado la misteriosa bola de fuego en nuestros protagonistas? ¿Acaso “aquello” los estaba esperando? ¿Con qué fin? Preguntas sin respuestas, como suele pasar bastante a menudo en el “absurdo” universo del fenómeno OVNI. Ahora bien, si utilizamos nuestro raciocinio –lo único que tenemos para enfrentarnos a este misterio–, parece evidente que el objeto volador en ningún momento se ocultó de Juan y su esposa. Al contrario, se hizo notar todo lo posible.
En este sentido, no me resisto a exponer otro interesante incidente que apoya la tesis expuesta hasta el momento. La noche del 21 al 22 de junio de 1972, en su habitación de las Escuelas P. P. Escolapios de Logroño, el estudiante Javier Bosque se dedicaba a grabar algunas notas musicales con su guitarra en un magnetófono. Después, para dormirse, puso la radio a bajo volumen mientras comenzaba a leer “El Quijote” con la luz que le proporciona un pequeño flexo. Alrededor de las dos de la madrugada el transistor dejó de emitir, pero como el volumen no era muy alto, no le molestaban los posibles ruidos de interferencias. De repente, advirtió una potente luminosidad a través de la ventana. Su extrañeza se convirtió en temor cuando observó que la ventana se estaba abriendo lentamente, dejando paso a un objeto luminoso de unos 40 cm. de diámetro que se introducía en la habitación. El objeto emitió un rayo de luz exploratorio que se dirigió hacia diferentes elementos del habitáculo. Al mismo tiempo, la radio comenzó a hacer ruidos extraños y Javier, a pesar del terror, decidió poner en marcha el magnetófono para grabar esos sonidos mientras escuchaba en su cerebro repetidamente la frase “medir el tiempo, medida de tiempo”.
Posteriormente, gracias a la brillante investigación de los ufólogos Albert Adell y Pere Redón, la cinta que grabó Javier Bosque pudo ser analizada por varios especialistas. Los análisis técnicos no dejaron lugar a dudas, no se trataba de un fraude. Pero hay más: la
grabación respondía a un código ininteligible, salvo en lo concerniente a la cadencia. Recordemos las palabras que sonaron en el cerebro de Javier mientras realizaba la grabación: “Medir el tiempo, medida del tiempo”.


En varias ocasiones tuve la oportunidad de entrevistar a nuestro siguiente protagonista, Fermín Burgos, un hombre al que las duras circunstancias de su niñez le impidieron estudiar, pero que había procurado formarse de un modo autodidacta en diferentes ramas del saber. En la mañana de un sábado de abril del año 1962, Fermín se dirigía, como todos los fines de semana, a pescar en las inmediaciones del ferrolano faro de Covas. Por el camino se encontró con dos conocidos que le advirtieron que no se acercase al faro, porque habían visto algo muy extraño. Fermín hizo oídos sordos, siguiendo su camino, pero nada más entrar en Covas vio “una bola negra de unos diez metros de diámetro parada a un lado del camino; entonces sentí una sensación extraña, algo así como si me vaciasen, pero decidí continuar”. Pasó a unos tres metros de la enigmática bola, dejándola atrás. De pronto, otro objeto de las mismas características se precipitó hacía él proveniente del mar. Fermín retrocedió, pero se llevó una desagradable sorpresa. El objeto que había dejado atrás se encontraba sobre el camino impidiéndole el paso. “Miré para atrás y, Dios mío, la otra bola también estaba sobre el camino. Me asusté mucho e hice el ademán de subir por un terraplén que tenía a mi derecha. En eso, una de las bolas se separó de la carretera lo suficiente para dejarme paso. No me lo pensé dos veces, arrimado a un lado pasé pegado a unos centímetros del objeto”.
Fermín Burgos en el lugar exacto donde fue acosado por ³dos bolas
negras² voladoras. 

Un sistema de control planetario

Jacques Vallée vincula el modo de actuación del fenómeno OVNI con un sistema de control. Para llegar a tal conclusión se inspiró en los interesantes experimentos desarrollados por el psicólogo B. F. Skinner, buena parte de ellos financiados por la Oficina de Investigaciones Navales de EE UU. Skinner demostró que es posible obtener modificaciones profundas y permanentes en el comportamiento de un organismo mediante el refuerzo de algunas acciones. En el caso de un animal, por ejemplo, ofreciéndole comida sólo cuando mueve una palanca. Pero si el entrenamiento se vuelve demasiado monótono, el organismo deja de avanzar en su aprendizaje o retrocede en el mismo. Por esto, el mejor programa de refuerzo debe combinar periodicidad e imprevisibilidad, con lo que el aprendizaje será más lento, pero continuo y, lo más importante, irreversible.
Precisamente, dichas características son típicas del fenómeno OVNI: periodos de intensa actividad seguidos de otros bastante más calmados. Vallée escribe: “¿Esto significa que está tratando de enseñarnos algo? Cada nueva oleada de avistamientos causa un mayor impacto social. Más y más personas se sienten atraídas por el espacio y las nuevas formas del conocimiento. Constantemente aparecen nuevos libros y artículos, los cuales cambian nuestra cultura, ofreciendo una imagen diferente del ser humano”.
Para el investigador francés, el fenómeno de los no identificados sigue unas reglas y esquemas muy precisos, aunque probablemente incomprensibles para los seres humanos. Primero porque actuaría a muy largo plazo, quizá a cientos o miles de años vista, y en segundo lugar porque proyecta “una imagen más allá de las estructuras de creencias de la sociedad en cuestión”. En otras palabras, el fenómeno OVNI se muestra, pero sólo hasta cierto punto, explotando el fanatismo de los creyentes y la estrechez de miras de los detractores. Y siempre, siempre, posee el control de los acontecimientos, porque “juega” con una gran ventaja: conoce la psicología humana. No tenemos alternativa; ante los OVNIs o cualquier otro fenómeno inexplicable, los seres humanos siempre actuamos del mismo modo: estudiándolo y discutiendo sobre el mismo, lo que
contribuye de modo inevitable a su propio refuerzo, pues se convierte en materia de debate y, por tanto, su divulgación entre la opinión pública es irreversible. Sea cuál sea la inteligencia que maneja el fenómeno, sabe que el mejor modo de impactar sobre la sociedad es “rompiendo” los esquemas de creencias de millones de personas.

domingo, 25 de marzo de 2012

martes, 20 de marzo de 2012

Nuevo libro de Miguel Pedrero. "El Universo no es Plano".


El universo no es plano

Una nueva visión de los fenómenos paranormales basada en la física cuántica y los saltos interdimensionales
Los viajes de los grandes navegantes como Colón, Magallanes o Elcano hicieron a la sociedad de la época rendirse ante la evidencia de que la Tierra no era plana. Los hechos corroboraron una teoría que los sistemas de creencias de la época rechazaban por su heterodoxia. En el siglo XXI, la física cuántica propone una ruptura similar, afirmando con la teoría de cuerdas que en nuestro universo hay dimensiones de la realidad que escapan a nuestra percepción y que, teóricamente, es posible saltar de unas a otras y, por lo tanto, viajar más allá de los límites del espacio y del tiempo que conocemos.

Miguel Pedrero, redactor y reportero de la revista Año Cero, nos acerca a estos nuevos paradigmas con un lenguaje sencillo y ameno, y nos invita a revisarlos a la luz de muchos de los fenómenos que, permaneciendo aún sin explicar por la comunidad científica, encajan en estos hipotéticos modelos del salto entre dimensiones.

*¿Son los ovnis, las apariciones milagrosas o las comunicaciones con personas fallecidas ejemplos de visitantes de otros planos de la realidad?

*¿Son el sueño lúcido, el viaje astral u otros estados alterados de consciencia nuestros vehículos interdimensionales?

*¿Son la telepatía y la precognición pruebas de que el espacio-tiempo no son límites para el ser humano)?

*¿Evidencian estos fenómenos que el universo y la realidad no son como todavía algunos nos quieren seguir contando?